Las Haciendas del Siglo XIX y XX
Desde la guerra de 1879 hasta la crisis mundial de 1929, Chile era un país “hacendal republicana”, o un país cuya economía y relaciones sociales dependieron de haciendas. Aunque había haciendas en todas las regiones del país, cada región era diferente de cada otra. Era posible que hubiera una hacienda muy exitosa al lado de una hacienda muy pobre y mala, solo dependía de los dueños y los productos. También, las condiciones para los inquilinos eran muy diferentes en regiones diferentes. En mi opinión, pienso que las haciendas en la zona central de las tierras de Colchagua tenían condiciones mejores para los inquilinos de las haciendas en la zona del sur del país.
En la zona central, los inquilinos tenían vidas muchos mejores que los en la zona del sur porque ganaban salarios más altos, tenían casas más grandes y acomodas, y las relaciones entre ellos y los peones eran más mejor. Por ejemplo, había una hacienda en Colchagua se llamada Calleuque donde habían muchos edificios y tiendas, casas elegantes, parques bonitas, y casas grandes para los inquilinos. El propietario también fomentó un conjunto de organizaciones para los inquilinos porque “sin duda expresaba un legítimo interés…por dar al inquilinaje mejores condiciones de vida…y así mantener las relaciones tradicionales de lealtad entre [ambos]” (Bengoa 91). Otra hacienda donde los inquilinos no ganaban tanto dinero pero todavía tenían condiciones mejores era San Vicente. Acá, los inquilinos ganaban salarios diarios muy bajo del salario mínimo rural y urbano, pero recibieron muchas regalías que eran la parte más importante del ingreso. Un estudio descubrió que el salario “correspondía solamente a un 13,2 % del total sus ingresos”, con “la venta de sus productos cultivados en las tierras [correspondía] a 20 %...y las regalías, raciones, etc. equivalentes al 50% de sus ingresos” (99). Aunque ellos ganaban salarios muy pequeños, recibieron muchas otras cosas para mantener una vida más mejor. En el sur, no había una “ración de tierra en el potrero como se acostumbre en Chile central” (197). También, no existía una relación paternalista entre los inquilinos y los peones como en la zona central. Porque de eso, no tenían condiciones buenas porque los peones solo quisieron más dinero para sus mismos en vez de relaciones con sus trabajadores.
Las condiciones eran mejor en la zona central porque las haciendas en esta región eran las más prosperas del país y por lo tanto, tenían más dinero para dar a los inquilinos. Había haciendas muy grandes que exportaron sus productos a todo Latinoamérica y a Europa. Pero en Valdivia, una hacienda en el sur, había una falta de mercados directos y locales que “llevó a los colonos a instalar un complejo agroindustrial en la región” (189). Había un sistema exitoso, pero solo en la misma región. Porque de eso, los propietarios no tenían tantas oportunidades para exportar productos a otros lugares y no eran tan exitoso como las en la zona central. En la zona central, las haciendas tenían maquinas muy modernas que ayudaban muchos a los trabajadores. Por ejemplo, había una turbina eléctrica, una maquina como una luja, en Calleuque. Pero en el sur, todo había dependido en obra de mano de los inquilinos. Las lecherías de Santiago fueron muy exitosas, y los inquilinos ganaban salarios de 1,3 hasta 2 pesos diarios (3,5 en la hacienda de La Granja) mientras trabajando por once horas. En el sur, ganaban 0,6 hasta 1,2 pesos diarios mientras trabajando por trece o catorce horas cada día. Las haciendas también eran “más modernas de la agricultura Chilena…en los sectores de Cousiño-Macul” (53).
Eran condiciones mejores para los inquilinos en la zona central porque existía un tipo de difundido se llamada “alta estabilidad”, o con una estabilidad mejor que otros lugares (en esta zona, había una estabilidad de los inquilinos por más de cincuenta años). Por ejemplo, las haciendas viñateras en esta región eran “las más desarrolladas de época y ejemplo del ‘capitalismo’ en la agricultura” (24) para el resto del país. Estaba la región más relacionado con todo el país porque obviamente, era en la central del país, pero también había un ferrocarril a través de la ciudad por muchos años. En el sur, era más difícil para enviar y recibir productos a las regiones en el norte porque hasta diciembre del 1985, no existía un ferrocarril. El sur tenía tanto contacto con el resto del Chile como con Europa por más de cuarenta años. También, después de la llegara del tren, todavía no era tan fácil para tener contacto con las regiones más del norte como en la zona central. Otro problema era que en el sur, vivían muchas indígenas. En la hacienda de Osorno, había muchos conflictos entre los colonos y las indígenas. Al primer, no había mucho conflicto y ambos grupos estaban viviendo en sus propias tierras. Pero después de una generación de los propietarios (ambos extranjeros y Chilenos), ellos quisieron más tierra, y comenzaron a agarrar la tierra de las indígenas. En la zona central, no necesitaban preocuparse sobre relaciones con indígenas porque no había nadie. Esto causó haciendas más estables de las en el sur, y eran “modelos del mundo por una hacienda” (30).
Desde el siglo XIX hasta la primera mitad del siglo XX, la agricultura y economía del Chile dependió en las haciendas. Cada región era diferente de cada otra, con muchos diferentes entre haciendas en cada región también. La zona central tenía condiciones mejores para los inquilinos que en el sur por varias razones. Las haciendas en la zona central tenían productos más exitosos de los en el sur, y eran más conectado al resto del país y mundo. También, las en la zona central eran las más estables de esta época y no habían problemas con las indígenas como en el sur. Porque de eso, los inquilinos ganaban salarios y regalías más altos, y existía relaciones mejores entre ellos y los peones. Si necesitara trabajar como un inquilino durante esta época y tuviera una opción entre las dos regiones, querría vivir en la zona central.
Bengoa, José. Haciendas y campesinos: Historia Social de la Agricultura Chilena Tomo II. Santiago: Ediciones SUR, 1990.